Tuesday, October 18, 2011

Salí para ir a la farmacia y al regresar, diez minutos después, lo vi acodado en la ventana. Me detuve y lo miré, sin saber qué pensar. Llevaba la misma camisa blanca arrugada con la que había estado ovillado en la cama durante horas. Fumaba con lentitud, ausente, tranquilo. Como un hombre satisfecho que se asoma a ver morir la tarde. Entonces bajó la cabeza, me descubrió a sus pies y sonrió. Y su sonrisa me partió el corazón. Corrí escaleras arriba, forcejeé con las llaves e irrumpí sin aliento en la habitación. Él ya estaba sentado en el alféizar, con los pies colgando sobre el vacío.